Apego infantil: ¿Cómo se forma y repercute en la edad adulta?


Sentirnos vinculados a otros seres humanos no es sólo una necesidad emocional básica que contribuye a nuestra salud global, sino que es algo que de base sustenta la propia supervivencia.

El ser humano es un mamífero que nace inmaduro y absolutamente dependiente de cuidados externos para continuar su desarrollo fuera del vientre materno. Tanto es así que, de no tener estos primeros cuidados de calor, protección, alimento y contacto físico, moriría en poco tiempo.

Para evitarlo, la naturaleza es sabia y prepara biológicamente tanto a la madre como a la cría para poder satisfacer esas primeras necesidades de supervivencia. A la madre, predisponiéndola hormonalmente para que se active en ella la conducta de cuidado. A la cría, dotándola de ciertas características que estimulen acciones de cuidado y protección no sólo en su madre, sino también en otros cuidadores principales.

Estas características innatas del bebé son principalmente lo que los etólogos (quienes estudian el comportamiento animal) llaman “cara de cachorro” -un rostro que despierta el instinto de protección-, y un inteligente paquete de conductas como el llanto, la sonrisa, gestos, balbuceos y gorgojeos para propiciar la proximidad de los cuidadores. No hubiéramos podido sobrevivir como especie sin estos mecanismos.

Podríamos entonces definir la relación de apego en la infancia como el vínculo afectivo que se establece entre el bebé y su cuidador principal. Este vínculo, que idealmente debería brindar cuidado sensible y consistente, seguridad para explorar, protección, regulación emocional y pertenencia (sentirse visto y reconocido, importar) es fundamental para el desarrollo emocional, cognitivo y social del infante, y tendrá repercusiones en su vida adulta.

Los diferentes estilos de apego: seguro, inseguro (ansioso y evitativo) y desorganizado

Si bien se considera a John Bowlby el “padre” de la teoría del apego, tal como ha sido sucintamente descrita anteriormente, la distinción entre apego seguro e inseguro se debe a las investigaciones de su discípula Mary Ainsworth en la década de 1960.

En su estudio denominado “la situación extraña”, el equipo de Ainswotrh analizó durante el primer año de vida de unos bebés, en su entorno natural, en sus casas, la capacidad que tenían sus madres de regularlos cuando se desregulaban emocionalmente.

Cuando los bebés tenían 18 meses de edad, se realizaba un experimento controlado en laboratorio donde se analizaba la reacción de los niños al reencontrarse con su madre después de someterles a una situación estresante: de forma resumida, en esencia, dejarles a solas con un extraño. Ainsworth pudo descubrir así la importancia de la disponibilidad afectiva, y no sólo física, para el bienestar de los niños.

Los niños con apego seguro tenían mamás que respondían de manera sensible, sintónica (leyendo acertadamente los estados internos del bebé) y consistente (en la suficiente cantidad de interacciones como para generar expectativas positivas, y hasta llegar a la calma) a sus necesidades emocionales y afectivas. Durante el experimento, estos niños confiaban en la disponibilidad de su mamá para calmarlos tras el miedo que habían pasado al quedarse con un desconocido -o completamente solos- en un entorno extraño, y se regulaban con facilidad en presencia de estas.

Los niños con apego inseguro no confían o no tienen la expectativa de que su madre les regule afectivamente y responda de forma consistente y adecuadamente a sus necesidades. Estos niños generan dos tipos de estrategias o dos estilos de apego:

Apego evitativo. Se observó que las mamás no eran sensibles emocionalmente a las necesidades del niño, que su respuesta no era acorde a éstas, minimizando sus estados internos o no sabiendo leerlos o respondiendo con distancia y frialdad, evasivamente. La forma de adaptarse de estos niños consiste en suprimir o minimizar sus emociones pues no esperan que sean atendidas. Se desvitalizan. Parece que están tranquilos, pero las mediciones fisiológicas del estrés durante el experimento demuestran lo contrario. Tampoco pueden aprender a reconocer sus necesidades afectivas a través de su madre.

Apego ansioso, preocupado o ambivalente. Al observar a las mamás del experimento en sus casas, se veía que sí eran sensibles y receptivas, pero en función de sus propias necesidades y emociones, que con frecuencia tenían prioridad sobre las de los niños, resultando invasivas y sobreprotectoras en ocasiones. Estaban disponibles intermitentemente, y al guiarse por la urgencia de sus propias necesidades, abandonaban las necesidades de sus hijos, dificultando así que aprendieran a reconocerlas y a regularlas a través de su madre. Estos niños acaban reaccionando con enfado a las interacciones con su madre, y reclamando de forma hiperexcitada e hipervigilante su atención para regularse, porque se sienten abandonados. Les cuesta calmarse cuando se desregulan.

Posteriormente, una discípula de Ainsworth, Mary Main, descubrió que habría una cuarta categoría que no tiene estructura, que no responde de una manera predecible. Es el apego desorganizado, que está fuertemente asociado a la negligencia en el cuidado y al maltrato físico o emocional. Se genera también cuando la figura que ha de cuidar resulta dañina o genera temor. Esto último puede ocurrir cuando la figura cuidadora se ve sobrepasada por el miedo cuando el bebé se asusta, lo que puede amplificar el temor del bebé, desregulándose todavía más, en una fatal retroalimentación en la que el bebé se siente atrapado: quien debe cuidarle es, a la vez, su fuente de temor.

Las repercusiones en la vida adulta de estos mecanismos aprendidos preverbalmente en términos generales son:

Las personas adultas con apego seguro son las más capaces de expresar sus necesidades y emociones de manera asertiva, a la vez que contemplan también las de los otros. Suelen contar con buena autoestima y generan relaciones equilibradas y duraderas basadas en la confianza mutua.

Las personas adultas con apego evitativo. Son personas que minimizan o suprimen su expresión emocional, y están sobrereguladas, hipo activadas. Tienen dificultad para conectar emocionalmente con los demás. Pueden parecer frías y distantes. Confían en sí mismas como fuente de autorregulación: tienden a la independencia y a encerrarse en sí mismas, y evitan los conflictos. No piden ayuda porque no creen que la vayan a recibir. No confían en los demás. Les cuesta el compromiso. Son más tendentes a la depresión que las personas con otros estilos de apego.

Las personas adultas con apego ansioso buscan al otro para regularse, generando dependencia emocional, mostrándose demandantes de atención y anhelando la fusión con el otro. Temen el abandono y tienden a sentirse abandonadas cuando no reciben la atención que creen que necesitan. Pueden ser celosas. Son más tendentes a la ansiedad que las personas con otros estilos de apego.

Las personas adultas con apego desorganizado pueden presentar confusión emocional, dificultad para regular sus emociones, generando patrones de relación inestables, con mezcla de comportamientos ansiosos y evitativos, alternando entre el acercamiento y el distanciamiento, con comportamientos contradictorios.

Puede resultar difícil discernir nuestro estilo de apego si recibimos distintos cuidados y regulación emocional de diferentes cuidadores primarios. Es posible que en este caso la expresión de nuestro afecto difiera dependiendo de con quién nos relacionemos.

Por otro lado, es importante tener en cuenta que estas respuestas aprendidas tan tempranamente han podido modularse posteriormente debido a nuevas interacciones significativas o al trabajo terapéutico, y que nada de lo psicológico es unicausal.

Sara Ferrer Juárez

Psicóloga en formación en AFIP-Instituto Centta

REFERENCIAS

Wallin, D. (2015). El apego en psicoterapia. Desclée de Brouwer. Biblioteca de psicología.

Hill, D. (2015) Teoría de la regulación del afecto. Un modelo clínico. Editorial Eleftheria.

Beltrán, J.A y Carpintero, E. (2013). Psicología del desarrollo. Madrid: UDIMA

Marrone, M. (2009) La teoría del apego. Un enfoque actual. Editorial Psimática.