¿Alguna vez te has preguntado por qué eres como eres? ¿Por qué las personas actúan como lo hacen? Nuestra personalidad se va construyendo durante todo nuestro ciclo vital, pero sus bases se establecen en la infancia. En este desarrollo influyen factores como la predisposición genética, el temperamento, la familia, la educación y los vínculos de apego, entre otros.
Los factores que más influyen en el desarrollo son la predisposición genética y el apego. El apego es el vínculo afectivo de fuerte intensidad, bidireccional pero asimétrico, entre el niño y sus cuidadores. Se dice que es asimétrico porque los niños necesitan que sus cuidadores cubran una serie de necesidades que todavía no son capaces de atender por ellos mismos. Si estas necesidades se cubren de manera adecuada, lo irán aprendiendo y lo vivirán como experiencias positivas.
En base al tipo de cuidado en cuanto a calidad, intensidad y frecuencia, tenemos 4 tipos de apego: el seguro, el ansioso-ambivalente, el evitativo y el desorganizado.
Los pequeños que desarrollan un apego seguro viven con la certeza y la confianza de que sus cuidadores van a atenderles y ayudarles cuando lo necesiten, ya que van a ser capaces de cubrir tanto sus necesidades físicas como emocionales y cognitivas. Al crecer en un espacio seguro, en el que se les permite explorar y, a la vez, ofrecer seguridad, los pequeños se convierten en adultos con una buena autoestima y una visión positiva sobre los demás. Además, son capaces de expresar sus emociones y necesidades. No tendrán problemas en pedir ayuda y serán capaces de manejar de manera sana las relaciones y los problemas. Muestran una actitud firme y segura, con pensamientos como: “estoy seguro de quién soy, puedo tener relaciones saludables”
Los niños con un apego ansioso-ambivalente sienten una gran inseguridad, ya que sus cuidadores actúan con incoherencia, a veces les atienden y otras no; esto hace que vivan con una gran ansiedad y angustia y aumenten la demanda de atención y expresión emocional. En estos casos, los cuidadores son sobreprotectores. No les dejan autonomía y tampoco les enseñan a regular sus emociones. Estos adultos tienen dificultades a la hora de vincularse de manera sana, ya que no confían en ellos mismos, pero sí en los demás, por lo que presentan un gran miedo al abandono y una gran ansiedad ante la separación, que genera vínculos de dependencia con una gran necesidad de ser amado. Por ello, evitarán los conflictos y buscarán la aprobación de los demás. Además, tendrán grandes dificultades en regularse emocionalmente. Las personas con este tipo de apego suelen complacer a todo el mundo y dirán frases como “no me dejes, haré lo que sea”
Los niños con un estilo de apego evitativo han tenido unos cuidadores distantes que no conectan con las emociones de sus hijos, son fríos con ellos e, incluso, niegan sus propias necesidades. Por ello, han aprendido a evitar la expresión emocional puesto que la reacción de sus cuidadores era negativa y la vivían como rechazo. Esto ha hecho que durante toda su vida se protejan a través de la negación de sus emociones y generando en ellos un sentimiento de autosuficiencia, que provoca en los demás cierto rechazo, ya que se confunde con narcisismo. Estos adultos tienen grandes problemas a la hora de establecer vínculos afectivos, tanto con amigos como con la pareja, ya que crean relaciones superficiales y de desconfianza y se encuentran incómodos y vulnerables al establecer relaciones íntimas, ya que confían en ellos mismos, pero no en los demás. Por ello, evitan los conflictos, su pareja no es la prioridad, valoran mucho el tiempo solos y no suelen expresar lo que sienten o necesitan, y se encuentran emocionalmente inaccesibles. En este tipo de apego es muy común escucharles decir “soy muy independiente, no necesito ayuda de nadie”, “no te quiero hacer daño”, “me cuesta darte esa intimidad”.
Los pequeños con un apego desorganizado han crecido en una situación paradójica, ya que se han criado en un ambiente hostil, en el que sus cuidadores han sido fuente de miedo y negligencia, en vez de brindarles seguridad y amor. Son personas que suelen tener historia de trauma, por lo que no confían ni en ellos ni en los demás. Además, han tenido que aprender a valerse por ellos mismos y a regularse emocionalmente. Puede conllevar graves problemas en la etapa adulta, como alguna patología o la reproducción de estos esquemas de comportamiento negligente que aprendieron de pequeños. Tienen una gran dificultad para reconocer sus emociones y las de los demás, tienen miedo al abandono, pero, a su vez, les cuesta intimar por lo que tienen relaciones ambivalentes, como de amor-odio. No se acercan porque tienen miedo de que les hieran. No confían en nadie. Son personas que tenderán a verbalizar frases como “no existe amor, solo maltrato”.
Entender los diferentes tipos de apego puede ayudar a comprender nuestro propio comportamiento, el de otras personas y cómo funcionan nuestras relaciones. Una vez comentado todo esto, sería interesante que te preguntes ¿con qué gafas ves el mundo? ¿cómo son tus relaciones? ¿cómo te enfrentas a las distintas situaciones?…
A modo de conclusión, las experiencias tempranas con los cuidadores son un factor importante que determina nuestra manera de relacionarnos con los demás. Es importante saber que se pueden establecer vínculos seguros con algunas personas, mientras que con otras se pueden establecer vínculos inseguros al mismo tiempo, y que estos vínculos pueden cambiar. Gracias a la terapia se puede trabajar en la manera en que nos vinculamos para poder tener una mejor calidad de vida, un mayor bienestar emocional y unas relaciones más sanas.
Paula García Barja
Psicóloga en formación en AFIP-Instituto Centta
Referencias
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