¿Cómo se relacionan nuestras emociones y nuestra alimentación?


Las emociones ocupan una parte importante del día a día de las personas. Cuando se relacionan con la comida se hace referencia al concepto de “alimentación emocional”.

Entre las definiciones sobre alimentación emocional, se encuentra la de Perpiñá (2015), quien nos habla de la adicción a comer, señalando la importancia de la ingesta ligada a las emociones, donde la comida se convierte en la sustancia que alivia y regula las emociones, tanto negativas como positivas.

Cuando se escucha este concepto de comer emocional, se tiende a pensar en una relación negativa, como, por ejemplo, comer cuando se tiene ansiedad; pero también ocurre de manera positiva, ya que, si se celebra algún acontecimiento, la comida tiende a estar presente. La problemática se encuentra en el uso que le damos a la ingesta.

Desde la infancia se aprende que la comida puede ser una buena forma de regular las emociones; se entrega la comida como un premio (por sacar buenas notas, por portarse bien, por hacer los deberes), pero también como una forma de aliviar el malestar (por ejemplo, por haber perdido un partido de fútbol). Esta manera de afrontar las situaciones del día a día es lo que lo convierte en algo perjudicial.

Además, la mayoría de las veces que se recurre a esta ingesta, se trata de dulces y de hidratos de carbono, que están relacionados con los sistemas de recompensa del cuerpo (núcleo accumbens y sistema límbico), que proporcionan respuestas de calma y refuerzo, lo que intensifica su uso como estrategia de afrontamiento.

Por tanto, identificar una situación de ingesta emocional es importante para aprender nuevas estrategias de afrontamiento, además de dar con los motivos que llevan a comer de esa manera.

En este sentido, las estrategias conductuales y cognitivas han resultado eficaces. Dentro de las técnicas usadas para abordar la problemática de manera eficaz, se encuentran las siguientes: Psicoeducación: el objetivo es comprender la relación de la emoción y la ingesta de alimentos. Para ello, puede resultar de utilidad diferenciar entre el hambre fisiológico y el hambre emocional. Algunos puntos que pueden ayudar en esta distinción son:
✓ El hambre emocional suele aparecer de manera repentina, mientras que el hambre fisiológica surge de forma gradual.
✓ La mala detección de la saciedad puede confundir con el hambre emocional. Por tanto, es importante prestar atención al estómago e identificar si está poco lleno, lleno o muy lleno.
✓ Detectar si la comida que se ha ingerido ha sido suficiente puede ayudar a evaluar otras razones detrás del hambre persistente.
✓ No sólo se tiene hambre de estómago, los sentidos, como la vista y el olfato, también pueden desencadenar el hambre. Es importante discernir si el hambre es genuina o está provocada por la atracción visual o un olor irresistible.
✓ Los antojos son comunes y a menudo alejan del hambre fisiológica, llevando hacia alimentos que se suelen evitar. Si se desea específicamente un tipo de alimento, probablemente esté relacionado con la ingesta emocional y sea uno de esos alimentos que se intenta evitar.

Autorregistros: el objetivo es realizar registros de conducta y de pensamiento, que faciliten la identificación de lo que se come con la emoción, tanto de antes como de después de ingerir el alimento. Esto ayudará a detectar los motivos de la ingesta emocional, así como a poder afrontarlos de otra manera, proviniendo de estrategias más adaptativas.

Estrategias de afrontamiento adaptativas:
✓ Control de estímulos: para conseguir evitar la ingestión de comida ante algún problema.
✓ Identificación y gestión emocional: para ayudar a responder de forma adecuada a las emociones.
✓ Solución de problemas: para ayudar a resolver los problemas del día a día de una manera diferente a la ingesta de alimentos.
✓ Técnicas de desactivación fisiológica (relajación muscular progresiva, respiración): para disminuir el nivel de ansiedad.

Con todo ello, se concluye destacando la importancia de que lo que caracteriza el comer emocional no es el alimento en sí, sino el motivo de ingerirlo. Si tiene una causa o busca una consecuencia emocional no gestionada.

Marta Matorrales Gil
Psicóloga en formación en AFIP-Instituto Centta

Referencias:
Perpiñá, C. (2015). Trastornos alimentarios y de la ingesta de alimentos. Madrid: Síntesis. Andrades, C., Herrero, G. (2019). Psiconutrición. Aprende a tener una buena relación con la comida (pp. 51-103). Arcopress.