“Tengo muy mala memoria”, “me viene de familia”, “es genético”… En muchas ocasiones es posible que te hayas frustrado por no poder recordar cosas que sabías, o por no encontrar el método idóneo para aprender nuevos contenidos. Sin negar el papel que juega el cerebro en los procesos implicados en la memoria (sin cabeza no hay recuerdos), dejemos esos conocimientos en manos de la neuropsicología y vamos a ver, desde el terreno de la psicología y la conducta, qué estrategias podemos emplear para ayudarte a mejorar la memoria (porque sin experiencias tampoco hay qué recordar).
La primera distinción que haremos es la que diferencia el momento en el que se aprende del momento en el que se recuerda. Parece obvio, pero sólo se puede recordar u olvidar algo que se ha aprendido antes. Puede suceder que realmente nunca se diera el aprendizaje aun habiendo estado en contacto con el contenido. Esto suele deberse a los procesos de Bloqueo o Ensombrecimiento que, resumidamente, son procesos que se dan por competencia entre los distintos estímulos presentes en el momento del aprendizaje. Aunque seguro quelo sabes, conviene recordar que apagar el móvil, mantener un buen nivel de ruido, o finalizar cualquier tarea pendiente antes de estudiar ayudará a dirigir nuestra atención hacia lo que de verdad nos interesa. En cualquier caso, más que estas acciones concretas, lo que nos interesa mostrarte es que, tanto en el aprendizaje como en el recuerdo, los estímulos presentes juegan un papel crucial. En vez de enseñarte qué reglas mnemotécnicas concretas funcionan, queremos que entiendas lo que las sustenta, y puedas así usar o generar las que más te convengan.
En el momento del recuerdo:
Los recuerdos suelen tratarse como objetos que se guardan en algún tipo de almacén, perdiendo así de vista que la memoria funciona relacionando unos contenidos con otros. Cuando algo se recuerda, este recuerdo está precedido de un estímulo asociado al mismo: una foto, un esquema, un sonido, una pregunta, etc. Recordar consistiría en manipular unas variables en el presente que aumentan la probabilidad de que la respuesta que buscamos aparezca. Sucede cuando pedimos silencio al tratar de recordar un nombre (reduciendo la estimulación distractora), mientras buscamos estimulación suplementaria que ayude a su emisión (repasamos el abecedario, probamos su apellido con distintos nombres, etc.). Lo mismo cuando anotamos en la mano una palabra (que ayuda a recordar la tarea pendiente completa), cuando rehacemos los pasos al llegar a casa para saber dónde dejamos las llaves, o cuando tararear el final de una canción ayuda a recordar el inicio de la siguiente en la lista de reproducción. Todas amplifican la estimulación presente buscando la relacionada con nuestro objetivo. Si partimos de la base de que el aprendizaje se dio y existe con algún grado de fuerza, esta estimulación adicional servirá para aumentar la probabilidad de recordarla (Fernández et al., 2010).
En el momento del aprendizaje:
De lo dicho hasta ahora se intuye que crear y relacionar múltiples estímulos en el momento del aprendizaje va a permitirnos llegar a la situación de recordar, que comentábamos, con mayor probabilidad de éxito. Si lo que aprendemos no son respuestas aisladas sino relaciones entre respuestas y estímulos, su elaboración, distinción, organización y repaso será la cuestión central a trabajar en el proceso de aprendizaje. Veamos ejemplos de cómo funcionan.
En el primer capítulo de la primera temporada te cuesta aprender los nombres de los protagonistas, pero en los capítulos de la 3ª temporada no tienes problemas para aprender el nombre de nuevos personajes. Aparecen ahora distintos sobre una base de rostros y nombres ya familiares. Lo familiar o conocido, lo que ya está elaborado, es un gran recurso con lo que relacionar los nuevos estímulos. En este ejemplo se puede ver el papel del repaso (reiteración de la exposición a los nombres y caras), la elaboración (esos nombres y caras se asocian sus acciones y a la trama) y la distintividad (de los nuevos nombres y caras).
Otros ejemplos de esto, y de la capacidad que tiene también el uso de imágenes, se pueden ver en cómo a mi sobrino le enseñé el significado de la palabra “nimio” asociándola a los “minions” (ya familiares para él); en cómo aprendí a ubicar a Turkmenistán, por su mayor cercanía a Turquía (que ya conocía), discriminándolo así del resto de los “-istán”, o a localizar Palaos, el pequeño país del Mar de Filipinas que está “pa´ Laos”, el cual ya situaba en la península Indochina. En esencia, lo que hacemos es relacionar elementos con baja probabilidad de emisión del recuerdo con otros de alta probabilidad. Acordarse de historias, que raramente se aprenden de forma literal, se nutre de la estimulación suplementaria producida por la asociación con imágenes y conocimientos previos.
Por último, a la hora de memorizar una lista de elementos (que puedan parecernos dispersos o arbitrarios), conviene organizarlos mediante un criterio conocido para nosotros, disminuyendo la sensación de desconexión entre ellos. Por ejemplo, cuando los clasificamos por la letra por la que empiezan o la categoría a la que pertenecen. Así, identificar el nombre de uno de los elementos o una de las categorías hace más probable el recuerdo del resto. Otro ejemplo se ve en el experimento de Chase y Ericsson (1982), cuando un deportista consiguió pasar de recordar 7 dígitos a 80, usando sus propias marcas deportivas para elaborar grupos de dígitos (los números 3, 5 y 1 los organizó como los 3`51«de una carrera suya).
Existen muchos planteamientos en psicología desde los que se subraya que la memoria depende de los conocimientos previos. Se sabe que una persona no es capaz de adquirir cualquier tipo de información con la misma facilidad, sino que lo que ya sabe determina qué contenidos son susceptibles de adquirirse con más probabilidad. Cuanta más información se tiene de un campo, mayor posibilidad se obtiene de adquirir datos sobre el mismo (Ruiz, 2016). Los procedimientos de búsqueda de estimulación suplementaria (en el momento del recuerdo y en el del aprendizaje) ayudan a la elaboración de un mejor dominio de lo que queremos recordar. Estos demandan tiempo y esfuerzo, pero sabiendo dónde dirigirlos y cómo usarlos, tu memoria puede mejorar.
Aitor Laviña Pardo
Psicólogo en formación en AFIP-Instituto Centta
Referencias:
Ericsson, K. A., & Chase, W. G. (1982). Exceptional memory. American Scientist, 70(6), 607–615.
Fernández, V. J. P., Somonte, M. D., García, A. G., & Bujedo, J. G. (2010). Procesos psicológicos básicos: un análisis funcional UNED. https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=567565
Ruiz, M. (2016) Apuntes sobre Psicología de la Memoria. UNED: Departamento de Psicología Básica I.