Las relaciones sentimentales ocupan una parte importante de la vida de las personas, ya sean relaciones heterosexuales, homosexuales o queer, abiertas o cerradas, más o menos convencionales. Hoy en día hay muchas maneras de entender el amor y por lo tanto muchas formas de entender las relaciones, pero todas ellas convergen en un punto: encontrar en la otra persona una fuente de apoyo, cariño, cuidado y comprensión. Sin embargo, en algunos casos “el amor” nos puede jugar una mala pasada y convertirse en fuente intensa de sufrimiento, este es el caso de la dependencia emocional.
La dependencia emocional se define como un “patrón persistente de necesidades emocionales insatisfechas, que se intentan cubrir de una forma desadaptativa con otras personas”. Es decir: generamos una necesidad afectiva extrema hacia una persona para intentar rellenar los agujeros emocionales que han dejado personas y experiencias pasadas. De esta manera, la dependencia emocional acaba causando un malestar significativo en la persona que la sufre y puede afectar en las diferentes esferas de su vida, ya sea en el trabajo, en las relaciones familiares, sociales o de pareja. La persona dependiente acaba por mantenerse en una relación, no por obtener lo bueno que ella le proporcionaba en un comienzo, sino por disminuir la ansiedad o sufrimiento que le provoca la separación de la otra persona y/o la perspectiva de no tener pareja.
En general, la sociedad en la que vivimos tiende a jerarquizar las relaciones, en la cúspide de esa pirámide suelen colocarse las relaciones de pareja, por debajo estarían las relaciones familiares y en la base las amistades. Dedicamos más tiempo y esfuerzo a las relaciones de pareja, recibimos la aprobación y respeto de los que nos rodean por formar parte de una, así como recibimos la presión por “encontrar pareja” cuando no la tenemos. Este es uno de los motivos por los que cuando hablamos de dependencias emocionales solemos pensar en relaciones de pareja y, aunque probablemente es lo más común, no debemos dejar de lado las dependencias que se pueden establecer en otro tipo de relaciones.
¿Cómo reconocer la dependencia emocional?
Algunas de las señales de alarma son las siguientes:
- La sensación de necesidad voraz de la otra persona, de estar cerca o de sentir su amor la mayor parte del tiempo.
- Enganche emocional y preocupación excesiva por agradar a la persona de la que se depende, se emplea mucho tiempo, mental y físico, en mantenerse cerca de la pareja u obtener su amor.
- Se suele adoptar un rol subordinado en las relaciones, que se asocia a una progresiva auto-anuluación personal, una empobrecida autoestima y un autoconcepto negativo. Se acaba produciendo la inhibición de la propia autonomía y se desarrollan relaciones emocionalmente asimétricas.
- Se establecen relaciones con mucha posesividad y dificultad para romper lazos afectivos.
- Se utilizan estrategias cognitivas como el autoengaño para no enfrentarse a los problemas, o el fantaseo con “como podría ser” esa relación, generando unas expectativas muy alejadas de la realidad en cuanto a la relación.
- Manifestaciones de abstinencia y craving si no se recibe “el chute” de amor: intenso anhelo por estar cerca de la pareja, desorden conductual, malestar, ansiedad, desasosiego, sentimiento de abandono, culpa, etc. Vacío emocional e intolerancia a la soledad.
- Problemas para regular las emociones y poca o nula conciencia del problema.
Algunas personas tienen una mayor tendencia a establecer este tipo de relaciones. En esta mayor o menor facilidad actuarán muchos factores como son la historia relacional de cada persona, las experiencias a las que se ha enfrentado a lo largo de su vida, de qué manera ha vivenciado esas experiencias, la influencia de los mitos del “amor Disney”, si tiene el apoyo de una red social,… pero uno de los factores que más peso tiene es el apego.
El apego es la palabra que define la tendencia que tenemos las personas a desarrollar fuertes lazos afectivos. Si durante nuestra infancia nuestros padres (o las personas encargadas de nuestro cuidado) nos han proporcionado los cuidados necesarios para establecer una sensación solida de seguridad, proximidad, cariño y consuelo, es decir, una base segura desde la que explorar el mundo, desarrollaremos un “apego seguro”. Por el contrario, la sobreprotección durante la infancia, las respuestas afectivas ambivalentes (cálidas en unos casos y frías en otros) o la falta de sensación de seguridad puede llevar a desarrollar un tipo de apego ansioso-ambivalente. Aunque existen diferentes tipos de apegos inseguros o ansiosos, la evidencia científica señala el ansioso-ambivalente como el que tiene una relación más estrecha con la dependencia afectiva.
Las personas con este tipo de apego se sentirían identificadas con frases como: «Tengo la sensación de que mis parejas se muestran reacias a vincularse tanto como yo soy capaz, eso me lleva a angustiarme con la idea de que mi pareja no me quiera lo bastante o no desee pasar conmigo la cantidad de tiempo que necesito. Mi anhelo de crear un vínculo tan estrecho en ocasiones aleja a mis pretendientes o parejas“. El apego por lo tanto será muy importante a la hora de establecer las bases de nuestra identidad, será nuestra hoja de ruta para establecer nuevas relaciones y nos enseñará a mirarnos a nosotros mismos y a mirar al mundo.
Alejarse de la persona de la que se está “enganchada”, superar la ruptura o comenzar a establecer relaciones de una forma diferente suele resultar difícil; el tratamiento psicológico proporciona un espacio seguro donde explorar la historia emocional y relacional de la persona y re-aprender a establecer relaciones de forma que nos proporcionen ese apoyo, cariño, cuidado y comprensión buscado, sin el alto precio de la dependencia. Algunos de los aspectos a abordar durante el tratamiento son:
- ¿Por qué sigo en esta relación? Es importante averiguar los motivos que empujan a una persona a mantenerse en una relación y asegurarnos que no se trata del miedo a la soledad o a la ansiedad que nos provoca alejarnos de esa persona.
- Gestión de las emociones: aprender o re-aprender el lenguaje de las emociones, reconocerlas en nosotros mismos y en los demás, gestionarlas de una forma funcional.
- Historia de apegos: analizar nuestra historia de relaciones y dar una nueva mirada a nuestras experiencias. Descubrir cuáles son los los miedos que intervienen en mi vida, por qué y para qué están ahí.
- Yo controlo la ansiedad y no al contrario. Aprender a reconocer los signos fisiológicos de la ansiedad, así como técnicas que nos ayuden a controlarla y disminuirla.
- Yo me cuido: establecer hábitos de autocuidado saludables, prestar atención a las propias necesidades y ser capaz de comunicárselas a los demás fortaleciendo la asertividad.
Eva Blanco Galán
Psicóloga en formación en AFIP-Instituto Centta
REFERENCIAS
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Castelló, J. (2000). Análisis del concepto “Dependencia Emocional”. I Congreso Virtual de Psiquiatría.
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Riso, W. (2013). “Guía práctica para vencer la dependencia emocional”. Phronesis SAS.
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Izquierdo Martínez, S.A. y Gómez-Acosta, A. (2013). Dependencia afectiva: abordaje desde una perspectiva contextual. Psicología: Avances de la Disciplina, 7 (1), 81-91.
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Vasallo, B. (2018). “Pensamiento Monógamo. Terror poliamoroso”. La oveja roja.