Sandra cumplía 45 años cuando se despertó aquella mañana. Acompañada de sus dos hijos pasó todo el día sumida en sus pensamientos. Tal era su ausencia que en numerosas ocasiones su hija le preguntó si se encontraba bien. La respuesta, aunque vaga, era afirmativa.
Desde su divorcio sentía que no le apetecía hacer nada. Su vida era rutinaria y carente de ilusiones. Ya no salía con sus amigas a dar una vuelta ni se pintaba los ojos de azul turquesa, como solía hacer.
Todos los que la rodeaban habían notado como, poco a poco, Sandra se había ido sumiendo en una soledad que la consumía. Sin embargo, nadie se había atrevido nunca a hacer explícita esta situación. Pensaban que tocar el tema de su marido podría hacerle más daño. Eso cambió el día que su hija decidió plantarle cara al problema y le sugirió que fuera a un psicólogo.
– ¿A un psicólogo? –exclamó alterada– ¿piensas que estoy loca? Yo no creo en esas cosas. Si quiero contar mis penas se las cuento al vecino de enfrente, que es muy majo y también se ha quedado solo.
A raíz del caso de Sandra nos planteamos detectar y analizar cuáles son los mitos sobre la psicología, y más concretamente sobre la psicología clínica, más extendidos en nuestra sociedad, con el objetivo de que el lector pueda hacerse una idea más realista sobre lo que implica un proceso terapéutico.
Sandra dice que no cree en los psicólogos, sin embargo, ¡existimos! No sólo existimos como personas físicas, como su vecino, sino que llevamos a nuestras espaldas una extensa formación acerca del comportamiento humano, el pensamiento, el aprendizaje y los procesos emocionales. Con todo esto y con la ayuda del método científico, los psicólogos somos capaces de ahondar, interpretar, entender y trabajar con los procesos emocionales y psicológicos, tanto los “normales” como con los “patológicos”.
Esto último quiere decir que no necesitas estar “loco” para ponerte en manos de un profesional. Tampoco significa que eres débil. Imagínate que tienes un constipado, que llevas dos semanas intentando “solucionarlo por tu cuenta” pero nada, no se va, ¿te considerarías débil por ir al médico a que te aconseje sobre la medicación más adecuada?
Muchas veces intentamos arreglar los problemas por nuestra cuenta, y eso está bien porque significa que confiamos en nuestra capacidad para enfrentarnos a lo que nos perturba. Sin embargo, pedir ayuda en determinados momentos es más un acto de responsabilidad (“el constipado no se me cura, estoy peor”) que un acto de cobardía (¿qué sentido tendría quedarse con el constipado para siempre?).
Otras veces esperamos a que el tiempo lo cure y, si bien es verdad que muchas veces el tiempo nos hace ver las cosas desde otra perspectiva y/o puede ayudar a que la intensidad de nuestras emociones disminuya, el tiempo no es terapéutico en sí mismo. De hecho, puede ayudar a cronificar un problema que, de haberse trabajado en su momento, se habría solucionado.
- “Qué sí, que todo esto está muy bien, pero en realidad para eso ya tengo al vecino. Me escucha y me entiende”.
Es verdad que las relaciones sociales, sobre todo las de calidad, son un factor protector frente al estrés o la depresión. Sin embargo, en muchas ocasiones, como la de Sandra, éstas no son suficientes. La visión del vecino y sus consejos pueden estar mediados por vivencias u opiniones personales que nada o poco tienen que ver con la persona a la que están aconsejando.
- “Por esa regla, el psicólogo también es una persona y puede aconsejarme desde sus vivencias y/u opiniones”.
Está claro que el psicólogo es una persona. Eso es indiscutible. Pero cuando acudes a consulta, es con su rol de profesional de la salud con el que entablas esa relación. Un rol preparado para analizar y evaluar tus problemas de manera individual. Para ello, es imprescindible que se realice una evaluación previa (los psicólogos no somos capaces de leer la mente, aunque algunos lo crean), en la que el paciente aporte la información necesaria sobre el motivo de consulta, sus características, cómo está afectando a su vida, cuáles son los intentos realizados para eliminar el problema, etc. La evaluación puede durar varias sesiones y utilizar material adicional, como cuestionarios o auto-registros. Ésta permitirá establecer un diagnóstico y planificar su posterior tratamiento, si éste se considerase necesario.
En algunas ocasiones, el simple hecho de contar nuestros problemas y tener un espacio para hablar de lo que nos preocupa puede llevar asociada una sensación de bienestar o mejoría (catarsis lo llamó Freud en su día). Esto es maravilloso si se interpreta correctamente, ya que contar los problemas no es igual a solucionarlos, al igual que sentirse bien momentáneamente no es igual a sentirse bien en general.
La terapia psicológica no debe entenderse como un proceso pasivo, en el que el paciente “vuelca” sus experiencias y malos momentos y espera que el terapeuta haga malabares con ellos para “solucionarle la vida”, sino como un proceso conjunto en el que tanto terapeuta como paciente se encuentran en una posición activa, trabajando conjuntamente en la búsqueda y ejecución de las conductas encaminadas a la resolución del problema.
Lo mismo ocurre con los psicofármacos. Esperar que éstos nos solucionen el problema sería ingenuo por nuestra parte, ya que, si bien pueden “tapar u ocultar” los síntomas temporalmente, no pueden combatir los problemas en nuestro nombre. Aprender a poner en marcha estrategias de afrontamiento adaptativas y orientadas al problema sí lo hará.
Si sientes que estás pasando por una mala situación, que llevas demasiado tiempo en ella y/o que no ves la forma de salir sin ayuda, por favor, sé responsable, ponte en manos de un profesional. Todos sabemos que, a veces, los constipados no se curan solos.