¿Cómo hablar de la muerte con un niño?


En un contexto cultural donde la realidad de la muerte se vive como algo lejano y externo y su mera mención se considera de mal gusto ocultándose tras eufemismos como “nos ha dejado” o “ahora descansa en paz”, hablar de la muerte con un niño significa revisar desde una posición de adulto cómo se vive este suceso.

Los niños empiezan a preguntarse de dónde vienen y hacia dónde van y es, en este punto, cuando empiezan a intuir la realidad de la muerte. Movidos por su curiosidad sobre este tema preguntarán al adulto y si las respuestas que obtienen no son claras elaborarán sus propias teorías.

Cuando el adulto no responde con sinceridad a lo que pregunta el niño sobre la muerte, corre el riesgo de que éste elabore un relato fantástico que poco tendrá que ver con la realidad, lo que puede provocar angustia y malestar. Por el contrario, si se acogen estas preguntas y se responden con claridad, sinceridad y en función de la edad del niño, se le estará acompañando en la elaboración del concepto de muerte y se reducirá su ansiedad.

Hablar sobre la muerte sin tabúes es fundamental en el desarrollo del niño. Sin embargo, una vez aclarado el porqué de la necesidad de hablar de ello queda explicar otras cuestiones como los  temas que se han de abordar y el momento más adecuado para hacerlo.

Hablar, sí, pero de qué:

Cuando se empieza a hablar sobre la muerte con un niño es fundamental comprender que saber no significa asimilar. El acompañamiento en la elaboración de este concepto será largo y debe partir de la emoción.

Los niños deben entender cuatro características sobre la muerte que les permitirán darle un significado y elaborar un duelo. Por ello, cuando se hable con ellos se ha de especificar que la muerte es universal e irreversible, implica que el cuerpo deja de funcionar y tiene un porqué.

La información debe ser clara y no disfrazarse con mentiras, pero al mismo tiempo habrá que ser cuidadoso en las explicaciones para no caer en los extremos. La brusquedad o el bombardeo de información que ponga al niño frente a la realidad de la muerte, sin darle tiempo a asimilar poco a poco este concepto, generarán en él angustia. Igualmente, una mentira que trate de evitar su sufrimiento hará que empiece a elaborar una teoría fantástica sobre este hecho y mantendrá una negación que a largo plazo es insostenible.

Los niños tardan en procesar la irreversibilidad de la muerte. No es aconsejable utilizar eufemismos tales como “se ha ido al cielo”, “nos ha dejado”, “está en un sueño muy largo”, etc que pueden ser interpretados por el niño literalmente y harán que tarde más tiempo en comprender que la pérdida es definitiva.

Lo mismo ocurre al explicar al niño que cuando alguien se muere su cuerpo deja de funcionar. Determinadas expresiones como “te está viendo desde el cielo”, “estas flores le van a gustar”, etc provocan que el niño piense que la persona sigue viva, lo que le aleja de la realidad y puede resultarle, en algunos casos, terrorífico. Una forma de abordar este tema es hablarle de cómo esta persona puede estar en los recuerdos, dejando claro que la persona fallecida ya no puede sentir, pensar, ni ver.

Es fundamental dejar claro que la muerte tiene una causa física y que determinados sentimientos no pueden provocarla, con esto se evita que el niño dé una explicación del fallecimiento desde sentimientos de rabia, enfado o incluso culpa (“no me porté bien y por eso ha muerto”).

Estas explicaciones no tienen por qué entrar en conflicto con las creencias personales del adulto. Se puede compartir con el niño el significado que cada uno dé a la muerte desde sus creencias religiosas, filosóficas o espirituales, más allá del fenómeno físico.

¿No es demasiado pequeño?

Las explicaciones que se dan en cada franja de edad deben ser diferentes y acordes con el momento evolutivo y vital del niño, así como con su desarrollo cognitivo y emocional. La edad del niño ofrece una guía en la comunicación, aunque no es el único factor al que prestar atención cuando se aborda el tema de la muerte. La madurez del niño, sus experiencias vitales, su capacidad cognitiva y otra serie de características individuales también han de valorarse.

Los niños menores de 2 años no son capaces de elaborar un concepto de muerte, para ellos la muerte es solo una palabra que aun no tiene significado. Sin embargo, son capaces de percibir la ausencia de una persona fallecida. Si este suceso afecta a una de sus figuras de referencia (por ejemplo, su madre) serán más sensibles a su falta y a los cambios que se producen en su entorno, lo que se traducirá en inseguridad y malestar. Si se produce el fallecimiento de una de estas figuras es fundamental mantener la rutina del niño, proporcionándole continuidad y seguridad.

Los niños con edades entre 3 y 6 años empiezan a intuir la realidad de la muerte, aunque todavía no tienen el concepto construido y no entienden algunas de las características antes mencionadas, como la universalidad o la irreversibilidad de la muerte. En esta etapa para hablar de la muerte el adulto debe ser muy sincero, preguntar al niño qué ha entendido y aclarar algunas ideas “mágicas” que haya construido sobre el suceso.

Entre los 7 y los 10 años de edad los niños van construyendo un concepto más complejo sobre la muerte. Empiezan a comprender que se trata de un fenómeno universal e irreversible, lo que les genera preguntas que deben ser respondidas por los adultos. En esta etapa pueden aparecer sentimientos de culpa por el fallecimiento de un allegado, por lo que una explicación de las causas físicas de la muerte generará menor malestar en el niño. En esta franja de edad es fundamental acoger las preguntas y, si el niño lo desea, puede participar en las ceremonias de despedida, con una explicación previa y siempre acompañado.

La muerte es un fenómeno universal, tanto es así, que productoras cinematográficas se han visto en la necesidad de crear películas para abordar este “tabú”, un ejemplo de ello es “Coco”, que no solo ofrece una explicación física de este concepto, sino también espiritual. Numerosas películas y libros pueden ayudar al  abordaje de este tema desde la infancia facilitando que el niño construya un concepto de muerte adecuado a la realidad y sin tabúes. Esto evitará ansiedad en el niño y le abrirá el camino a la elaboración de los duelos que irá teniendo a lo largo de su vida.

 

Referencias

Fredman, G. (2018). Death talk: Conversations with children and families. Nueva York: Routledge.

Fundación MLC (2016). Hablemos de duelo: Manual práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes. Obtenido en Octubre de 2019, de : https://www.fundacionmlc.org/wp-content/uploads/2018/12/guia-duelo-infantil-fmlc.pdf

Fundación MLC (2016). Explícame qué ha pasado: Guía para ayudar a los adultos a hablar de la muerte y el duelo con los niños . Obtenido en Octubre de 2019, de: http://www.psie.cop.es/uploads/GuiaDueloFMLC[1].pdf

Kroen, W. C. (1996). Cómo ayudar a los niños a afrontar la pérdida de un ser querido. Un manual para adultos. Barcelona: Oniro

Neimeyer, R. A (2002). Aprender de la pérdida: una guía para afrontar el duelo. Barcelona: Paidós

 

Laura Rodríguez
Psicóloga en formación en AFIP-Instituto Centta