La Navidad es una de las tradiciones más antiguas y también una de las más complejas. Los distintos rituales, costumbres y creencias han ido creciendo a lo largo de los siglos, en los diferentes países y culturas. Más de un tercio de los habitantes del planeta nos congregamos en torno a ellos.
Sus orígenes parecen remontarse a los cultos agrarios ya en el siglo II a.C. Los romanos celebraban las festividades dedicadas a Saturno, dios del tiempo y de la agricultura, y terminaban con la festividad del Sol Invicto el día 25 de diciembre.. Más tarde, el cristianismo convendría en sustituir esa fiesta por la celebración del único y verdadero Sol, que era Jesucristo. En la actualidad, la celebración de la Navidad se ha globalizado, traspasando las fronteras del mundo cristiano y adquiriendo en cada país y cultura matices característicos.
Para un importante sector de la población, la Navidad ya no está vinculada con la fe cristiana, sino que representa un formato social para afianzar los lazos fraternales. Todos los ritos, comidas familiares, intercambio de regalos, giran en torno a ensalzar los valores relacionados con el lazo social, la cercanía familiar, la necesidad de estar y celebrar juntos,… unos rituales que, a modo de talismán, mantengan vivo el mito de que mantener viva la ilusión y la felicidad es posible.
Sin embargo, la investigación nos muestra que las festividades navideñas se asocian también con aspectos negativos, como son el estrés causado por el conflicto familiar, la soledad y el aislamiento. Los resultados de una encuesta propuesta por Greenberg & Berktold, 2006, realizada en 16 países europeos mostraron que en España el 20% de los participantes presentaban soledad experimentada y el 37% estrés durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo.
Estos datos podrían estar cuestionando ese llamado “espíritu navideño” que envuelve la Navidad. Esa necesidad de felicidad impuesta no sería más que un imperativo de la cultura occidental, alimentado por el bombardeo de los medios de comunicación y la publicidad. La información a la que estamos expuestos a diario ejerce una presión que nos atrapa en una falsa ilusión de alegría, de encuentros y de fraternidad donde nada falta, donde no hay malestar.
Nadie cuestiona que, hoy en día, la Navidad tiene un innegable carácter mercantil. Han aparecido nuevos dioses a los que rendir culto, como el consumo y el placer, que a modo de anestesia nos ayudan a soportar las profundas contradicciones existenciales, alimentando la ilusión de que cualquier malestar o sentimiento de infelicidad se puede calmar y llegar a disipar con un acto de consumo.
Pero todos sabemos que, muchas veces, esa alegría impuesta, ficticia e impostada se torna fácilmente en estrés o en sentimientos de tristeza, de soledad o de vacío. Cuando nos enfrentamos con la realidad, vemos que el reencuentro idílico con los otros de los anuncios no se produce, que la Navidad no hace desaparecer el conflicto, y que el sentimiento de pérdida no solo no desaparece sino que se incrementa.
¿Qué hacer si estamos solos en Navidad?
Un convencionalismo social, un ideal establecido no nos puede llevar a un sentimiento autodestructivo. Por ello, lo primero de todo es tomar conciencia de que esos sentimientos de soledad y frustración son experimentados por muchas personas más que se encuentran en la misma circunstancia. Dejarnos llevar y recrearnos en estos sentimientos nos lleva a un escenario circular y sin salida que nada ayuda a salir de la situación.
En los casos en los que las circunstancias obligan a personas a pasar las navidades alejadas de sus amigos o seres queridos, el sentimiento que con más frecuencia aflora es la nostalgia, “un echar de menos”, un recuerdo de aquello positivo que añoramos. Para sobreponernos a ese sentimiento de nostalgia podemos pensar que es algo coyuntural, que nuestras navidades serán distintas, pero no necesariamente peores. Es más, convertir los recuerdos de nuestros seres queridos, que no están cerca, en algo agradable puede ser, aunque resulte paradójico, una buena estrategia preventiva contra la soledad.
Muy distintas son las situaciones donde las relaciones con familia y amigos se han roto, donde no hay familia que visitar ni amigos con quien reunirse. Entonces, el sentimiento de soledad viene unido al de abandono. Buscar espacios o lugares donde compartir con los otros puede ayudar. Muchas instituciones, asociaciones u ONGs organizan encuentros para aquellas personas que, por distintas circunstancias, no pueden pasar la Navidad acompañados por familia o amigos. Buscar estos espacios de encuentro con otras personas es una oportunidad para saber que no estamos solos y que hay muchas personas con las que compartir, a las que podemos ayudar, a la vez que ellos nos pueden ayudar a nosotros.
A pesar de que la Navidad es un período que puede acarrear episodios de tristeza y frustración, tenemos en nuestra mano herramientas a las que recurrir ante la imposición de cánones sociales y culturales. No siempre nuestros sentimientos van a estar en sintonía con el entorno, ni nos tenemos que emocionar cuando se espera que lo hagamos. Cambiar de perspectiva y de posicionamiento permite descubrir otra mirada capaz de disipar el malestar que estas fechas pudieran despertarnos.