La individuación como camino a la autonomía emocional adolescente


La adolescencia es considerada una época de rebeldía y ruptura del ambiente familiar. Sin embargo, bajo una mayor perspectiva, no es más que un período donde se deja atrás la dependencia característica de la infancia y se encamina hacia la autonomía propia de la adultez. Este proceso no debe ser considerado como una escisión de los lazos familiares, puesto que la adquisición de una autonomía saludable debe ir acompañada, necesariamente, de una buena vinculación afectiva familiar.

Existen tres tipos de autonomía: autonomía conductual, autonomía de valores y autonomía emocional. En este artículo nos centraremos en la última. Esta es un aspecto de la independencia que se vincula con cambios en las relaciones íntimas, especialmente con los padres.

La autonomía emocional podemos verla en términos del desarrollo del sentido de necesidades, creencias y valores al margen de los familiares, adquiriendo capacidad de decisión con criterio propio, asumiendo las consecuencias de sus actos y mayores responsabilidades individuación en el adolescente. La persona conforma sus propias percepciones, y, por último, el mantenimiento de los vínculos afectivos familiares.

Al final, la individuación significa abandonar la dependencia infantil de los progenitores en pos de unas relaciones más responsables, más maduras y menos dependientes.

Entonces, ¿qué ocurre cuando no se produce una correcta individuación en la persona?

Las investigaciones arrojan que los adolescentes que se sienten más autónomos son los que informan sentirse más cerca de sus padres, quieren hacer más cosas en familia y tener pocos conflictos con su madre y con su padre. En cambio, la rebelión, el negativismo y la excesiva participación con el grupo de amigos es más común en aquellos adolescentes psicológicamente más inmaduros.

Además, las personas que no se han individuado correctamente presentan mayor sintomatología psicológica del tipo ansiedad y depresión, incluidos mayores niveles de estrés en las relaciones interpersonales.

En sí, en base a la teoría de la individuación, los estudios muestran una asociación positiva entre su consecución y el bienestar psicológico; y entre la consecución de la individuación y la calidad de las relaciones de pareja.

Después de ver esto, se hace patente la necesidad de facilitar la adquisición de la individuación y por ende, la autonomía emocional en el hijo, pero ¿cómo podemos lograr esto?

Todo ello está muy relacionado con el estilo de crianza de los padres, lo que puede facilitar o inhibir la individuación en la persona.

Maccobi y Martin (1983) hablan de cuatro tipos de estilos de crianza: autoritario, democrático (o autoritativo), indulgente (o permisivo) e indiferente (o negligente).

En el estilo autoritario las reglas son impuestas rígida y unilateramente, es decir, nunca son explicadas al hijo, ni se le tiene en cuenta para la toma de decisiones. Tienen bajos niveles de comunicación y afecto explícito con su hijo. Las familias en las que predomine este estilo serán rígidas y con esquemas preestablecidos, por lo que les resultará complicado adaptarse a las necesidades que el hijo tenga en cada momento de su ciclo vital, especialmente en la adolescencia. Percibirán la creciente necesidad de independencia como una muestra de rebeldía y tratarán de oponerse sistemáticamente, en lugar de reaccionar de una forma abierta a la misma. Este tipo obstaculizará la individuación del hijo.

Después, tenemos los estilos indulgente e indiferente. En el primero, el progenitor es cariñoso y se comunica muy bien con sus hijos. Sin embargo, rara vez castigan, orientan o controlan a sus hijos. En el segundo son padres negligentes. No son receptivos ni exigentes, sus hijos parecen serles indiferentes. Se dan niveles muy bajos de afecto, comunicación, control y exigencias de madurez. Ninguno de los dos tipos ofrece límites, normas, ni guía a sus hijos y como consecuencia, no adquieren normas de conducta adecuadas. Además, esa ausencia de estructura puede difuminar la jerarquía familiar. En el estilo indiferente, los hijos pueden quedar emocionalmente separados de sus padres. Es decir, quizá se produzca una autonomía, pero no una individuación.

Por último, encontramos el estilo de crianza democrático. Aquí si existen reglas y límites. Sin embargo, a diferencia del estilo autoritario, estas normas son flexibles y abiertas a discusión. Es decir, la norma la establecen los padres, se la explican a su hijo y tienen en cuenta sus consideraciones y sus necesidades. Por ello, las familias democráticas pueden adaptarse mejor a los cambios en los ciclos vitales por su flexibilidad y alta comunicación, lo cual facilitará una adolescencia no conflictiva y una buena individuación del hijo.

En definitiva, para fomentar la individuación y, consecuentemente, la adquisición de la autonomía, será conveniente una serie de objetivos. Será necesaria la adaptación familiar a los diferentes hitos de los ciclos vitales de todos sus miembros, siendo abierto y flexible a las nuevas necesidades. Una comunicación abierta y asertiva facilitará dicha adaptabilidad y la compresión de las nuevas situaciones. Debemos perder el miedo a las diferencias, es decir, las diferentes percepciones y necesidades de los miembros deben ser oídas y respetadas, abriendo espacios para el diálogo y convirtiéndose en guías y apoyos para sus hijos.

Además, la capacidad para individuarse se verá facilitada por unos padres que apoyan y nutran a través de conductas facilitadoras de la autonomía y no limitadoras. Carter y McGoldrick (1980) proponen que la tarea de los padres durante la transición a la edad adulta será la de aceptar la separación emocional de sus hijos, reduciendo de forma gradual, como apunta Scabini et al. (2006), los aspectos de protección y promoviendo la emancipación y la asunción de responsabilidades por parte de los hijos.

Todo ello enmarcado en una jerarquía familiar clara. Como observa Salvador Minuchin, médico psiquiatra y pediatra argentino, destacado terapeuta familiar y creador de la terapia familiar estructural, los límites entre los subsistemas deben ser claros y estar definidos los roles jerárquicos entre los miembros.

De esta forma, todos los miembros de la familia podrán reconocer, tanto en los demás como en sí mismo; su posición, necesidades, objetivos, valores y creencias, siempre desde el respeto, la confianza y el vínculo. Así, todos ellos se dirigirán a un camino de co-individuación y co-evolución, ayudando a sus hijos a conseguir una autonomía plena y saludable.

 

Miriam Rodríguez Chavidas

Psicóloga en formación en AFIP-Instituto Centta